Tengo algunos libros, no son muchos. Cuando voy a casa de mi amiga Ju, me doy cuenta de que los míos son bien poquitos.
Pero los quiero, quiero a mis libros. Son interesantes, son bonitos. Desde hace mucho hago algo que me encanta: uso como separadores cosas que no son separadores: boletos de tren, de camión, pases de abordar de avión, recetas médicas, etc.
Y cuando acabo de leer los libros dejo ahí el papelito que fungió como separador, y guardo el libro. Y después, cuando pasa el tiempo y vuelvo a agarrar el libro, veo lo que usé de separador y me acuerdo de cosas.
AMO HACER ESO, por ejemplo, ayer regresó a mis manos mi ejemplar desvencijado de Rayuela, donde tengo guardados dos papelitos que hicieron de separador cuando lo leí: un boleto de metro de Londres y una entrada de cine de Cardiff.
Vi mi libro y vi esos papelitos y todos esos días regresaron a mi cabeza frescos y hermosos. Adoro la sensación, amo mi vida.
Otra cosa que creo fielmente es que mis libros me quieren a mi. Y los que no he leído esperan acomodaditos en el librero a que yo los lea. Ya están formados, ya hay un orden, una lista. Pero si de pronto compro un libro que se mete en la fila y altera el orden, mis libros se enojan (todavía no me imagino cómo se enoja un libro, pero creo que sí lo hacen).
Desgraciadamente para mis libros que esperan en el librero, eso pasa muy seguido. Pasó cuando compré The Catcher in the Rye, lo compré, lo empecé a leer y dejé botado al que estaba leyendo en el momento (la peor de las infidelidades literarias, lo reconozco) y los de la fila, pues todos se fueron un lugar más atrás.
Ellos saben que lo siento, que realmente lo lamento. Saben que los quiero y saben tmb que les llegará su hora (a todos les llega su hora). Les pido paciencia, y es una paradjoa, como cuando la Maga salía de una librería, yo pidiendo paciencia.
Otra creencia es que cuando dejo de leer un libro a la mitad de algo emocionante, dejo a los personajes ahí, suspendidos, y se quedan así hasta que yo vuelva a agarrar el libro y siga leyendo.
Por ejemplo, cuando leí Las dos Torres, de Tolkien, dejé al pobre de Frodo a merced de la araña gigantesca como ¡una semana! porque estuve muy ocupada y no pude retomar la lectura en todo ese tiempo. Pobre hobitt, lo reconozco, debió sufrir lo indecible...
A Leopold Bloom lo dejé en el excusado desde hace casi un año y no he vuelto a agarrar el Ulises (me da flojera, y a la vez siento pena con Leopold, pero ya lo sacaré de esa situación...)
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