
Hay cientos de héroes anónimos (ojalá fueran miles) haciendo cosas buenas por el mundo, por la humanidad y por otras especies animales, por el planeta.
Son desconocidos, y no hacen lo que hacen por reconocimiento, lo hacen por amor, por eso son héroes.
Uno cuasi desconocido fue Thomas Dörflein, quien trabajó en el zoológico de Berlín durante muchos años, entregado al 100 a su pasión: los animales.
Hablo como si lo hubiera conocido, y no, no lo conocí, y es una pena. Pero me alegra haber compartido el mundo con él, y el siglo, y el milenio. Me alegra haberlo visto en videos en internet haciendo su trabajo con tanta ternura, como si cuidara de sus hijos.
Gracias a Thomas Dörflein hay un oso polar más en el mundo.
Hace falta más amor de ese, amor que se entrega por completo al mundo, a la vida.
Thomas Dorflein me parece, era uno de esos hombres que entienden que un hombre, por el hecho de ser humano, no está ni más ni menos vivo que una cucaracha.
El soplo de vida que anima a ambos es igual, están igual de vivos. Son vidas en el mundo.
Y Dörflein cuidó de las vidas de los animales con un amor que yo sólo había visto en las imágenes religiosas de San Francisco de Asis, la clásica estampita donde el santo está sentado en una piedra, con un cordero a un lado y un lobo al otro, y los dos mansamente lo ven, como que lo escuchan.
Pues Dörflein fue un San Franciso del siglo 21, y dejó un oso polar sano, fuerte, crecido, hermoso, y muchos animales más, estoy segura.
Yo le doy gracias a Dios, a la vida, por haber sabido de su existencia, por haber visto su amor hacia ese oso.
Y me pone de buenas saber que como él debe haber más. Y los hay, estoy segura.
Gracias, Thomas Dörflein.
Son desconocidos, y no hacen lo que hacen por reconocimiento, lo hacen por amor, por eso son héroes.
Uno cuasi desconocido fue Thomas Dörflein, quien trabajó en el zoológico de Berlín durante muchos años, entregado al 100 a su pasión: los animales.
Hablo como si lo hubiera conocido, y no, no lo conocí, y es una pena. Pero me alegra haber compartido el mundo con él, y el siglo, y el milenio. Me alegra haberlo visto en videos en internet haciendo su trabajo con tanta ternura, como si cuidara de sus hijos.
Gracias a Thomas Dörflein hay un oso polar más en el mundo.
Hace falta más amor de ese, amor que se entrega por completo al mundo, a la vida.
Thomas Dorflein me parece, era uno de esos hombres que entienden que un hombre, por el hecho de ser humano, no está ni más ni menos vivo que una cucaracha.
El soplo de vida que anima a ambos es igual, están igual de vivos. Son vidas en el mundo.
Y Dörflein cuidó de las vidas de los animales con un amor que yo sólo había visto en las imágenes religiosas de San Francisco de Asis, la clásica estampita donde el santo está sentado en una piedra, con un cordero a un lado y un lobo al otro, y los dos mansamente lo ven, como que lo escuchan.
Pues Dörflein fue un San Franciso del siglo 21, y dejó un oso polar sano, fuerte, crecido, hermoso, y muchos animales más, estoy segura.
Yo le doy gracias a Dios, a la vida, por haber sabido de su existencia, por haber visto su amor hacia ese oso.
Y me pone de buenas saber que como él debe haber más. Y los hay, estoy segura.
Gracias, Thomas Dörflein.